El desarrollo de las heridas y traumas de la infancia son la llave maestra en la selección de pareja. En esta etapa, es importante definir el trauma. Trauma es, desde el enfoque de la psicoterapia corporal, como toda experiencia en la que no fuimos capaces de gestionar el flujo de energía, los sentimientos que surgen. Experimentamos miedo, peligro, reprimimos los sentimientos y por lo tanto nuestro cuerpo, nuestros músculos se contraen, dejamos de respirar por unos segundos y la energía deja de fluir orgánicamente. Esta contracción muscular a la larga se convierte en un „caparazón“ que en un futuro nos protegerá de volver a sentir esas emociones peligrosas o incomodas. Es así cómo se forman nuestros patrones de comportamiento: en un primer lugar nos sirvieron para sobrevivir, pero en la adultez se convierten en patrones de defensa y limitan poder experimientar la energía vital en toda su plenitud . Desde el cuerpo y la forma cóm aprendemos a lidiar con la energía en nuestro interior, se forma el caracter de una persona.
Ningún padre, por muy devoto que sea, es capaz de responder perfectamente a todas las necesidades del bebé/niño. No hay forma de eludir estos traumas de la infancia. Todos crecimos conociendo la angustia de las necesidades insatisfechas y estas necesidades nos acompañan hasta nuestra relación...
Voy a enumerar un breve esbozo de cómo las heridas de la infancia transpiran una a una en nuestras relaciones adultas. Esto se correlaciona con la formación del carácter como se conoce en el enfoque de la Bioenergética:
Integridad original: En la existencia fetal, estábamos en comunión con el universo. El sentido de Unidad que el bebé experimenta dentro del vientre de su madre, el "Estado Oceánico" como Freud o el "Suelo Dinámico" como se refería Michael Washburn. En relación con el impulso de unirse con la pareja es inconscientemente un intento de volver a unirse con las partes escindidas del yo, que se proyectan en la pareja. Dado que existe una fusión de la pareja y el progenitor en el incons-ciente, un vínculo emocional positivo con la pareja (que se logra amando en la pareja lo que está escindido del yo y proyectado) restaura un sentido de integridad personal y una conciencia de nuestra unión esencial con el universo. Esto confiere a la relación un potencial esencialmente espiritual. Entramos en la relación con la expectativa de que nuestra pareja nos devuelva mágicamente este sentimiento de plenitud.
Sentimiento de unidad: Cuando los bebés se encuentran en esta etapa simbiótica, su energía vital se dirige hacia la madre en un esfuerzo por recuperar el anterior sentimiento de unión física y espiritual. Un término que describe este anhelo es "Eros": una palabra griega que normalmente equiparamos con el amor romántico o sexual, pero que originalmente tenía el significado más amplio de fuerza vital. A causa de las necesidades insatisfechas, apagamos gradualmente nuestra capacidad de acceder a nuestra pulsación de vida. Así que, en la relación, nos hacemos cargo de este anhelo o vida, intentamos recrear su estado original y esperamos que nuestra pareja nos dé la fuerza vital que perdimos en el camino. Así, al final nos encontramos con nuestras parejas con la expectativa inconsciente de que nos hagan sentir completos, llenos de vida.
El cerebro viejo del niño - El miedo a la muerte: Debido a las necesidades insatisfechas a una edad muy temprana, el niño experimenta una ansiedad primitiva: el mundo no es un lugar seguro. Como no tiene forma de cuidar de sí mismo ni sentido de la gratificación diferida, cree que conseguir que el mundo exterior responda instantáneamente a su necesidad es realmente una cuestión de vida o muerte. ¿Cómo se manifiesta esta experiencia infantil en nuestra relación? Cuando nuestra pareja se muestra hostil o simplemente indefensa, se activa una alarma silenciosa en lo más profundo de nuestro cerebro que nos llena de miedo a la muerte.
La necesidad de ser independiente - Los futuros „Fusores“ o „Aisladores“: Algunos niños tienen padres que se sienten inseguros cuando no pueden controlar a su hijo ("¡No te alejes mucho!"), por lo que se les niega su impulso de autonomía. El niño está siendo engullido y quedará atrapado en la unión simbiótica para siempre. Este miedo al engullimiento se convierte en una parte clave del carácter del adulto y se convierte en lo que Harville Hendrix llama un "Aislador": una persona que inconscientemente aleja a los demás. Cuando son adultos, los "Aisladores" mantienen a la gente a distancia porque necesitan mucho espacio, quieren la libertad de ir y venir a su antojo y no quieren estar atados a una sola relación. Mientras tanto, debajo de este exterior frío hay un niño de dos años al que no se le permitió satisfacer su necesidad natural de independencia. Algunos niños crecen con todo lo contrario: padres que cuando se alejan los niños y vienen corriendo a ellos en busca de consuelo ("¡Vete que estoy ocupado!", "¡Deja de aferrarte a mí!"). En este caso, los progenitores no están preparados para atender otras necesidades que no sean las suyas, y sus hijos crecen sintiéndose emocionalmente andonados. Con el tiempo se convierten en "Fusores", personas que parecen tener una necesidad insaciable de cercanía. De adultos, quieren hacer cosas juntos todo el tiempo. Anhelan el afecto físico y la seguridad, y a menudo necesitan mantener un contacto verbal constante. Debajo de este comportamiento de aferramiento, hay un niño pequeño que necesitaba más tiempo en el regazo de sus padres.
Socialización - La herida en el desarrollo del ego: En el momento en que la socialización empieza a jugar un papel, dividimos nuestra totalidad original, la naturaleza amorosa y unificada con la que nacimos, en tres entidades separadas:
El "yo perdido", aquellas partes de uno mismo que hemos tenido que reprimir por las exigencias de la sociedad. Esto está casi totalmente fuera de nuestra conciencia.
El "falso yo", la fachada que erigimos para llenar el vacío creado por esta represión y por la falta de nutrición (emocional y física) adecuada.
El "Yo Desapropiado/Repudiado", las partes negativas de nuestro Falso YO que fueron desaprobadas y por lo tanto negadas. Esta parte flota justo debajo de nuestro nivel de conciencia y amenaza constantemente con resurgir. Para mantenerla oculta, tenemos que negarla activamente o proyectarla en los demás.
Estos elementos forman nuestra "personalidad", la forma en que nos describimos ante los demás. Así que, debido a todas estas experiencias infantiles, que se han "guardado" o "almacenado" en nuestro cerebro viejo, vamos por la vida truncados, cortados por la mitad. Intentamos llenar este vacío con comida, drogas y actividades, pero lo que anhelamos más profundamente es volver a vivir nuestra plenitud original, nuestra gama completa de emociones y la alegría del „Buddha“ interiror que experimentamos cuando éramos niños. Esto se convierte en un anhelo espiritual de plenitud y desarrollamos la profunda convicción de que encontrar a la persona adecuada nos completará y nos hará completos. Por supuesto, no puede ser cualquiera!... tiene que ser "la persona especial que compense las heridas del pasado". Preguntas para la reflexión:
¿Con qué heridas te identificas en tu caso? ¿Te identificas más como "Aislador" o "Fusor"?
¿Qué partes reprimes o niegas para conseguir el amor y la atención de tu pareja ("Yo perdido")?
¿Qué partes ocultas, qué partes utilizas, qué haces para enmascarar el vacío que sientes ("Yo Falso")?
¿Qué partes odias o te desagradan de tu pareja ("Yo repudiado")?
¿Y ahora qué? En el próximo artículo abordaré la traición en las relaciones de pareja desde el punto de vista epigenético, es decir, cómo el engaño puede estar originado en nuestros genes, ya que son una parte intrínseca e innata del comportamiento humano. Si te ha gustado... ¡Suscríbete! Si quieres recibir más información sobre estos temas, suscríbete a mi boletín aquí. No dudes en consultar mi canal de YouTube sobre coaching corporal y neurosensorial. Fuentes / Sugerencias de lectura:
"Conseguir el amor que deseas – Una guía para parejas" - Harville Hendrix
"Analisis de Carácter" - Willhelm Reich
"Yo y tú" - Martin Buber
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